domingo, 23 de marzo de 2025

UNA LUCHA DISCRETA Y HEROICA

 



Los queremos. A todos.

A los perros que nos reciben con la cola batiendo como una bandera de alegría.

A los gatos que nos miran desde el silencio, como si supieran más de la vida que nosotros.


Este no es un post, es un grito suave, pero dolido, de aquellos a los que no se les escucha.


Vivimos en una sociedad que ha hecho avances inmensos en el reconocimiento del valor emocional de los animales. Y nos alegra. Nos emociona ver cómo la gente se moviliza, cómo exige leyes más humanas, cómo luchan por que los perros puedan subir al metro —como se comentaba esta misma semana en los medios— para que un jubilado no tenga que hacer kilómetros de vuelta andando con su perro enfermo en brazos, o para que nadie tenga que gastar una fortuna en taxis para llevar a su animal al veterinario.

Nos emociona también ver la respuesta social ante temas como la limitación de antibióticos: una sociedad que se organiza, que protesta, que quiere cuidar. Todo eso está bien. Es necesario.

Pero mientras todo eso sucede, mientras peleamos por mejorar la vida de los animales que ya tienen hogar, ¿Quién se acuerda de los que no tienen nada?

¿Quién piensa en los gatos callejeros, solos, sufriendo en silencio? 

¿Quién piensa en el miedo de una colonia entera cuando aparece un perro sin correa?

¿Quién recoge el cuerpo del gatito atropellado o atacado?

¿Quién llora por ellos?

La respuesta está en muchas mujeres. Mujeres con nombre propio y alma cansada. Las llamamos “las locas de los gatos” en voz baja, pero su verdadero nombre es RESISTENCIA. Son cuidadoras de colonias felinas. Son ángeles anónimos que cargan kilos de pienso cada noche, que pagan con su propio dinero operaciones, medicinas y eutanasias. Mujeres que llegan a casa después de su trabajo, exhaustas, y salen otra vez al frío con una linterna y un saco de pienso, porque hay seis, ocho, diez gatos esperándolas entre los arbustos.


Y luego, el dolor.

El dolor de ver que uno ya no aparece.

El miedo a encontrarlo hecho pedazos por un perro descontrolado.

El vacío de saber que nadie va a investigar, que no hay justicia, que no hay ley que lo proteja.


Hablamos mucho de convivencia, pero convivir no es solo permitir. Es respetar. Es reconocer que no todos los animales pueden compartir todos los espacios, porque algunos, simplemente, no sobreviven al intento.


No es odio, es amor a los gatos.

A esos gatos silenciosos, invisibles, por los que pocas veces se lucha, aunque vivan cerquita de nosotros.

Porque ellos también son familia.

También son parte del barrio.

También tienen derecho a vivir sin miedo.







Y mientras no tengamos leyes que escuchen a todos, no podremos hablar realmente de convivencia. Porque una ley justa no es la que contenta a todos, sino la que protege especialmente a quienes más lo necesitan, sin excluir a nadie.

Este artículo es para ellos.

Y para ellas.

Para todas esas mujeres que, sin pedir nada, lo dan todo.

Que hacen de su vida una lucha discreta pero HEROICA por unos gatos que tal vez nadie conozca, pero que ellas aman con toda el alma.

Y para todos los gatos que se fueron sin que nadie escribiera por ellos.

Hoy lo hacemos.



Marta RO. 

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